
Un Consejo de Administración no debe ser un simple oasis, donde cada miembro evita la confrontación por cortesía o conveniencia. Debe ser una auténtica sala de guerra estratégica, un espacio donde las ideas y los argumentos se enfrenten con rigor para tomar las mejores decisiones. Sin embargo, cuando el conflicto se vuelve destructivo, daña el nivel de relaciones personales y puede bloquear la capacidad del Sistema de Gobierno Corporativo, poniendo en riesgo la estabilidad del Consejo, y por tanto de la empresa.
Aunque el desacuerdo debe ser intrínseco a la naturaleza de un Consejo de Administración, si es gestionado de forma profesional, es realmente enriquecedor. La diversidad de perspectivas fortalece la toma de decisiones, pero solo si se maneja con habilidad y con rigor. Un debate sano se basa en datos, en evidencias y en la defensa del interés común de la empresa, mientras que un conflicto mal gestionado puede derivar en luchas de poder, agendas personales y parálisis en la toma de decisiones, como puede comprobarse en algunas compañías relevantes de nuestro entorno económico actual.
Algunos principios que contribuyen a la gestión profesional del conflicto en el Consejo son, en mi opinión, los siguientes:
- Enfocar el debate en el problema, no en las personas. Es clave evitar que las diferencias de opinión se conviertan en ataques personales. Cuestionar una estrategia o una propuesta no debe interpretarse como un ataque a quien la presenta. Mantener el foco en el asunto que se debate evita que las discusiones se contaminen con emociones innecesarias.
- Separar las evidencias de las emociones. Un consejero independiente debe ser capaz de reconocer cuándo un conflicto se está alimentando más de percepciones o emociones, que de hechos concretos. Promover un debate constructivo utilizando datos objetivos y argumentaciones racionales ayuda a rebajar tensiones y a clarificar el debate.
- Dar espacio a cada voz, pero con límites. Un Consejo debe fomentar el derecho a disentir, pero también evitar que los debates se extiendan indefinidamente sin aportar soluciones. El presidente del Consejo o los consejeros más experimentados deben intervenir cuando una discusión se aleja del objetivo, se vuelve improductiva o entra en territorio emocional.
- Recurrir a la mediación interna o externa. Cuando los conflictos escalan, puede ser útil la intervención de un tercero imparcial, ya sea el Presidente del Consejo, el Consejero Coordinador, el Secretario o incluso un experto independiente. Su papel debe ser reenfocar la conversación, y evitar posiciones irreconciliables que enraícen en el ámbito personal.
- Tomar decisiones y seguir adelante. Un Consejo de Administración debe actuar como un órgano colegiado y por tanto, no puede quedar atrapado en debates interminables. Una vez analizadas y debatidas las diferentes opciones, debe tomar una decisión con determinación, y comprometerse con rigor con su implementación. En el caso de que alguno de los Consejeros no esté de acuerdo con la decisión tomada por el Consejo, deberá hacerlo constar en el acta de la reunión en la que se toma la decisión, indicando los motivos de su desacuerdo de forma clara y unívoca.
Un Consejo de Administración no está diseñado para ser un espacio de armonía permanente, sino un foro de debate donde deben aflorar las mejores alternativas, y donde se toman las mejores decisiones para la compañía, promoviendo una cultura corporativa con mentalidad colaborativa y respetuosa. Gestionar el conflicto con madurez no solo fortalece la eficacia del Consejo, sino que refuerza la confianza de accionistas y stakeholders en la solidez del Sistema de Gobierno Corporativo.
¿Es tu Consejo una auténtica “sala de guerra estratégica”, o es un espacio donde se evita el conflicto y la diferencia de opiniones? Quizá sea el momento de evaluar de forma independiente cómo se abordan las diferencias en tu Consejo, para garantizar que las próximas decisiones a tomar sigan respondiendo al mejor interés de tu empresa y de tus accionistas.
