
Un Consejo de Administración que toma decisiones sin fricciones, sin cuestionamientos y con acuerdos unánimes de forma constante, no es un consejo eficiente. La unanimidad puede ser, en ocasiones, una señal de alineamiento estratégico, pero cuando se convierte en la norma sin un análisis riguroso de las decisiones, esconde una debilidad estructural. Un órgano de gobierno que no debate, que no confronta ideas ni explora alternativas es un Consejo que limita su capacidad de generar valor, y de supervisar con rigor la marcha de la organización.
El Consejo no es un mero espacio de validación de decisiones preestablecidas, sino una sala de guerra estratégica donde se analizan riesgos, se anticipan escenarios, y se garantiza que las decisiones tomadas sean las mejores para la sostenibilidad del negocio. La ausencia de debate no siempre indica cohesión, sino que, frecuentemente, refleja una falta de profundidad en la discusión, una cultura que evita la confrontación o un entorno en el que discrepar es visto como una amenaza en lugar de una contribución necesaria.
Existen señales claras de que el consenso puede estar funcionando como un mecanismo de autocomplacencia. La rapidez con la que se aprueban las propuestas sin un cuestionamiento real es una de ellas. Si las decisiones estratégicas se toman sin preguntas incisivas ni exploración de riesgos, el Consejo puede estar fallando en su función de supervisión efectiva. También es preocupante la ausencia de diversidad de perspectivas. Un órgano de gobierno en el que todos piensan de manera similar y no existen visiones divergentes reduce su capacidad de anticiparse a cambios disruptivos o a escenarios inciertos.
Otro síntoma frecuente es el temor a la discrepancia. Si los consejeros evitan expresar opiniones contrarias por miedo a romper la armonía del grupo o a generar tensiones, el debate se vuelve ineficaz y las decisiones pierden solidez. La tendencia a evitar los conflictos a toda costa también puede llevar a una falsa sensación de alineamiento, cuando en realidad lo que subyace es una falta de debate estratégico. Además, cuando el éxito pasado se convierte en la única justificación para continuar con una determinada estrategia, el Consejo corre el riesgo de operar con un sesgo de opinión que lo hace vulnerable a los cambios del entorno económico.
Para evitar caer en la trampa del consenso y fortalecer la calidad de la toma de decisiones, es fundamental fomentar un ecosistema donde el debate estratégico sea la norma y el principio de escepticismo, la práctica general. El Presidente del Consejo debe garantizar que todas las decisiones sean sometidas a un escrutinio riguroso, y que los consejeros se sientan respaldados para expresar dudas, plantear objeciones y proponer alternativas.
Además, es recomendable adoptar metodologías de contraste y simulación que fortalezcan la capacidad del consejo para desafiar sus propios supuestos. En entornos de alta exigencia, como el militar o el financiero, se utilizan estrategias como el Red Teaming, en el que un grupo asume el rol de oposición para detectar fallos en una estrategia, o los ejercicios de War-Gaming, que permiten anticipar movimientos del mercado y evaluar riesgos antes de que se materialicen. Estas prácticas pueden ser altamente efectivas en la dinámica de un Consejo de Administración que busca mejorar su toma de decisiones.
Otro mecanismo valioso es asignar a un consejero el papel de contrapunto en cada decisión clave, asegurando que siempre haya una voz que desafíe la opinión general y obligue al Consejo a considerar diferentes perspectivas. También resulta útil realizar evaluaciones retrospectivas de las decisiones tomadas, analizando su impacto con una mirada crítica para identificar patrones de pensamiento grupal y mejorar los procesos futuros.
Por último, la composición del Consejo es un factor determinante. La independencia real de los consejeros, la diversidad en la experiencia y la existencia de perfiles con capacidad de análisis crítico son elementos clave para evitar dinámicas de conformismo y aprobación automática de decisiones. Un Consejo eficaz no busca la unanimidad como un fin en sí mismo, sino como el resultado de un proceso de deliberación sólido, donde se han explorado todas las opciones, se han desafiado los supuestos y se han considerado todos los riesgos.
El verdadero desafío para un Consejo de Administración no es alcanzar el consenso, sino asegurarse de que dicho consenso sea fruto de un análisis profundo y no de una inercia peligrosa. La evaluación independiente del Consejo es una herramienta de gran valor para cuestionar la labor del órgano de gobierno y contribuir a crear más valor para la compañía y sus accionistas. La pregunta no es si el Consejo está alineado, sino si está tomando decisiones con el rigor y la visión estratégica que exige su responsabilidad, fruto del debate y de la aportación de todos sus consejeros.
