
El Consejo de Administración ya no puede limitarse a ser guardián de la rentabilidad o un mero supervisor de la gestión. Hoy, más que nunca, se le reclama que sea impulsor de Propósito. No se trata de preguntarse si es posible gobernar con alma sin perder eficacia, es necesario hacerlo. Porque solo las organizaciones que integran de forma genuina su Propósito en la toma de decisiones estratégicas, podrán mantener su legitimidad, atraer a las nuevas generaciones de talento y asegurar su sostenibilidad en el tiempo.
El Propósito, entendido como la razón de ser de la compañía más allá del beneficio económico, es el cimiento sobre el que se construyen la identidad, la coherencia y la estrategia de las organizaciones. No se trata de una declaración inspiradora en la web corporativa, sino de una convicción estratégica que guía las decisiones fundamentales. Un Propósito auténtico conecta a la empresa con su entorno, alinea a sus grupos de interés y ofrece un marco común para actuar en contextos de incertidumbre. Las compañías con un Propósito claro y arraigado muestran una mayor capacidad para atraer talento, innovar de forma significativa y construir relaciones duraderas con clientes, proveedores y comunidades.
Cuando el Consejo adopta el Propósito como eje rector, su función se transforma. Ya no se limita a evaluar indicadores financieros o a aprobar planes estratégicos, sino que asume un rol activo en garantizar que las decisiones de la organización estén alineadas con su razón de ser. Esto no solo refuerza la legitimidad del Consejo, sino que también actúa como catalizador de valor a largo plazo. Estudios recientes demuestran que las empresas guiadas por un propósito sólido y bien gobernado, tienden a superar a sus competidores en métricas clave como crecimiento sostenible, fidelización del cliente y reputación corporativa, lo que supone una creación de valor para todos los stakeholders.
Gobernar con alma implica que el Propósito forme parte estructural de la agenda del Consejo. Exige un cambio de mentalidad: pasar de un modelo centrado exclusivamente en la supervisión financiera, a uno orientado al impacto. Este tránsito requiere valentía, desarrollar nuevas competencias y, sobre todo, una convicción compartida entre sus miembros. Gobernar con Propósito no es lo contrario de gobernar con eficacia, es elevar la eficacia a una nueva dimensión, donde los resultados se miden también por el valor que la empresa genera para la sociedad y para las generaciones futuras.
Los mejores Consejos que conozco son aquellos que han comprendido que el Propósito no es un límite, sino una palanca. Que no se trata de elegir entre alma o rendimiento, sino de entender que el alma bien gobernada multiplica el rendimiento. Son Consejos que se hacen preguntas incómodas, que buscan la coherencia entre lo que la empresa dice, hace y es. Consejos que acompañan, que inspiran y, cuando hace falta, corrigen con firmeza. Y que lo hacen desde la convicción de que el legado más importante que pueden dejar, no son los números de un ejercicio, sino la huella de una cultura que transforma.
En definitiva, es posible y necesario, gobernar con alma, sin perder eficacia. Porque cuando el Propósito está verdaderamente presente en la sala del Consejo, la toma de decisiones se eleva, la estrategia se humaniza y la empresa deja de ser solo un negocio para convertirse en una fuerza de bien. Y ese, precisamente, es el tipo de liderazgo que la sociedad y el mundo empresarial espera de nuestros Presidentes, Consejeros y CEOs más singulares.
