
Un Consejo que no aprende está condenado a la irrelevancia. En un entorno en el que las transformaciones tecnológicas, sociales y económicas se aceleran de forma imparable, no basta con administrar el presente: es imprescindible desarrollar la capacidad de adaptarse, cuestionarse y evolucionar. Esta exigencia de aprendizaje continuo, tan reconocida en las organizaciones, debe empezar en su máximo Órgano de Gobierno. La pregunta no es si un Consejo puede aprender, sino si tiene la determinación y los mecanismos adecuados para hacerlo. Sin procesos estructurados de evaluación, feedback y reflexión estratégica, el Consejo pierde su capacidad de anticipar el futuro, y de proteger el valor a largo plazo de la empresa.
El primer elemento para fomentar el aprendizaje en el Consejo es el proceso de Autoevaluación periódica. Aunque todavía se trata de un mero ejercicio formal de cumplimiento para numerosos Consejos, la autoevaluación debe ser planteada como un verdadero proceso de reflexión colectiva sobre la eficacia, las dinámicas internas, la calidad del debate y la aportación estratégica del Órgano de Administración. Realizada de forma anual, la autoevaluación permite identificar áreas de mejora a través de cuestionarios estructurados y entrevistas individuales internas, promoviendo una cultura de apertura y mejora continua. Lo esencial es que la autoevaluación no se limite a señalar carencias, sino que sea utilizada como una palanca para fortalecer la aportación de valor del Consejo a la organización.
En paralelo, resulta imprescindible consolidar prácticas de feedback estructurado dentro del propio funcionamiento del Consejo. El feedback, bien orientado, facilita un diálogo abierto sobre cuestiones como la calidad de la información que reciben los Consejeros, la agilidad y profundidad de la toma de decisiones, la interacción entre los propios miembros y la relación de trabajo con la alta dirección. Incorporar momentos de feedback dentro de los retiros estratégicos o de las reuniones regulares, no solo permite ajustar prácticas y dinámicas, sino que refuerza la cohesión y la confianza entre los Consejeros, elementos esenciales para un desempeño efectivo y una deliberación estratégica de calidad.
Junto a la autoevaluación y el feedback, el Consejo debe dedicar tiempo específico a la reflexión estratégica sobre su propio rol. Más allá de la supervisión de los planes de negocio, esta reflexión implica cuestionarse cómo el Consejo anticipa las tendencias externas, impulsa la innovación, y contribuye a consolidar una cultura organizativa robusta. Revisar periódicamente si el Consejo está adecuadamente alineado con las necesidades futuras de la empresa y con los intereses de sus principales stakeholders es un ejercicio de madurez y visión a largo plazo, imprescindible para fortalecer su legitimidad y eficacia.
Ahora bien, el impacto de estos mecanismos internos se ve considerablemente potenciado cuando se complementan con un Proceso de Evaluación Externa Independiente. La evaluación externa del Consejo constituye una práctica de Buen Gobierno Corporativo reconocida internacionalmente, y aporta una perspectiva objetiva y experta que resulta difícil de alcanzar únicamente a través del análisis interno. Es fundamental que esta evaluación sea realizada por asesores con unos amplios conocimientos y experiencia de la práctica real de Gobierno Corporativo, idealmente profesionales que hayan ejercido previamente como Consejeros. Solo quienes han vivido la responsabilidad, la tensión y la soledad inherentes al rol pueden ofrecer un acompañamiento verdaderamente útil y relevante.
La metodología utilizada en el Proceso de Evaluación Externa marca la diferencia entre un ejercicio superficial y un verdadero proceso transformador. Una evaluación rigurosa combina entrevistas individuales en profundidad, análisis de documentación clave, observación directa de sesiones del Consejo cuando es posible, comparación con estándares de referencia y elaboración de recomendaciones específicas, accionables y contextualizadas. Además, el acompañamiento en la discusión de los resultados a través de sesiones de trabajo, facilita que el Consejo no solo reciba un diagnóstico, sino que también se alimente de las conclusiones y se comprometa activamente en su implementación.
El aprendizaje del Consejo, por tanto, no es fruto de la improvisación ni de iniciativas aisladas. Exige intención, disciplina y apoyo experto. Un Consejo que aprende no solo mejora su desempeño actual, sino que desarrolla su capacidad de anticipación, innovación y resistencia, convirtiéndose en un activo estratégico fundamental para la sostenibilidad de la empresa. Apostar por la adopción de procesos estructurados de mejora continua en el Sistema de Gobierno Corporativo es, en última instancia, una decisión que refuerza la confianza de todos los stakeholders y consolida la creación de valor a largo plazo… y cada vez más a corto!









